lunes, 22 de febrero de 2016

El dopaje mecánico en ciclismo

Bicicletas que avanzan solas (o casi) gracias a un motor eléctrico escondido: el fantasma del "dopaje mecánico" se ha convertido en una realidad tras el primer caso en el Mundial de ciclo-cross, pero se ignora la amplitud de la trampa en un pelotón ya traumatizado por el problema recurrente del dopaje.

Sería dudoso que la trampa de la que es sospechosa Femke Van den Driessche (19 años) sea un acto aislado de una esperanza belga del ciclo-cross femenino, una disciplina de interés casi regional, con intereses financieros limitados.

En marzo de 2015, la comisión de investigación en el ciclismo (CIRC) se mostró afirmativa respecto a las pruebas de ruta, sin citar casos concretos: "Diversas tentativas de infracción al reglamento técnico fueron informadas a la comisión, incluido la utilización de motores escondidos. Este problema en particular es tomado en serio, sobre todo entre los mejores corredores. Y no ha sido descrito como un fenómeno aislado".

"El sistema de motores ha existido, existe, pero quiénes, cuándo y desde cuándo, no lo sé", respondió el año pasado Marc Madiot, el mánager del equipo FDJ.

Seis meses más tarde, estas preguntas siguen sin respuesta.

"Había un motor escondido", confirmó simplemente Brian Cookson, el presidente de la Unión Ciclista Internacional (UCI). "No puedo dar detalles", añadió.

Según los medios de comunicación presentes en Zolder, el sistema, que pesaría entre 500 y 600 gramos y costaría unos 20.000 euros, estaba disimulado en el tubo vertical de la bicicleta.

Pero, para el diario italiano La Gazzetta dello Sport, se trata de una tecnología antigua.

"La nueva frontera es el electro-magnetismo", afirma el diario en su edición del lunes citando a un "gurú" anónimo del sector.

¿El nuevo dopaje mecánico? Ruedas (traseras) en carbono, de un costo de 200.000 euros, disimulando un sistema electro-magnético para emitir una energía suplementaria, del orden de 20 a 60 vatios.

Motor o batería ultra-miniaturizada, sistema de entrenamiento sofisticado a nivel de las ruedas, puesta en acción por telecomando a distancia o por medio del cardio-frecuenzómetro, la tecnología moderna autoriza todas las suposiciones sobre esta forma de dopaje mecánico.

La constatación, alarmista sobre la extensión del fenómeno -la Gazzetta habla de 1.200 motores escondidos vendidos el año pasado en Italia-, se puede relativizar en las grandes competiciones. La UCI, alertada, busca métodos de detección de los campos magnéticos.

Al contrario que el dopaje, el problema parece superable, al menos para la élite, según el excampeón estadounidense Greg LeMond, que hablaba el año pasado de la solución de las pistolas térmicas para detectar fuentes de calor. La voluntad política existe y medios consecuentes han sido desplegados para proceder a controles frecuentes.

Muchos ciclistas o responsables de equipos dudaban de esta trampa o rechazaban su existencia, ya que choca tanto a más que el dopaje.

Los más desconfiados de los observadores hacen remontar la aparición de este tipo de dopaje a principios de la era Lance Armstrong, el estadounidense desposeído de los títulos del Tour de Francia de 1999 a 2005. Pero la hipótesis solo fue evocada públicamente tras la demostración del suizo Fabian Cancellara en la Vuelta a Flandes de 2010, sin que fuera corroborada.

Se incluyó aquello entre las "hazañas" de ruta o pista, como en los Juegos de Londres de 2012 con la superioridad de los velocistas británicos, por lo que Francia lamentó la total ausencia de controles de conformidad de las ruedas de las bicicletas.

Cuando empieza a rodar la temporada de 2016 de ciclismo, el problema resurge con más fuerza que nunca.

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